Las paradojas de premiar el freno a la soya transgénica

Las paradojas de premiar el freno a la soya transgénica

(xrayphoto | Bigstock.com)

Una apicultora mexicana descendiente de mayas ganó esta semana uno de los siete premios ambientales Goldman por liderar la campaña que logró ahorcar un poco más la competitividad agropecuaria de su país.

En un mundo ávido de soya para mover la agroindustria que lo alimenta (tanto como para pagar US$440 por tonelada y subiendo), el ambientalismo radical y anticientífico acaba de dar una muestra más de su desconexión con la realidad de quienes sufren hambre por culpa de pésimas decisiones políticas, como la de oponerse a la biotecnología y utilizar para ello todo el poder represivo de los estados modernos, con el aplauso de una prensa alcahuete.

Leydy Pech, una apicultora maya, fue anunciada esta semana como la ganadora en Norteamérica del premio Goldman por lograr que el sistema judicial de su país, México, frenara la siembra de soya transgénica, siguiendo allí los pasos del maíz genéticamente modificado (OGM) que no se cultiva pero sí se importa en cantidades bíblicas para pingües ganancias de conglomerados foráneos (como diría un mexicano: “puro efecto Malinche”).

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El premio Goldman, al que mal apodan el ‘Nobel verde’, conlleva la primera contradicción por tan espuria y libertina conexión. Si algo quería el inventor sueco Alfred Nobel era que su fortuna contribuyera a reconocer los avances científicos que mejoraran la calidad de vida de toda la humanidad; no promover los intereses de grupos minoritarios que quieren hacer imponer su ideología, así esta no tenga bases probadas (como toda ideología, perdonen la redundancia).

Pech logró detener la soya transgénica con un ardid legal: la falta de permisos por parte de comunidades indígenas, pese a que no se iba a sembrar en sus tierras, alegando un supuesto impacto negativo al medio ambiente, la salud humana y a su medio de subsistencia (la producción de miel) que no ha podido ser comprobado en medio siglo de éxito productivo y transgénico.

Ya saben los mexicanos a quiénes agradecer por el encarecimiento injustificado de sus alimentos y el cierre de sus posibilidades exportadoras (generadoras de empleo y riqueza) como bien lo saben, por ejemplo, en Bolivia, donde noticias como la de Pech animan al recién instalado gobierno populista para que frene la incipiente apertura que el fértil país altiplánico le estaba dando a los OGM.

Hace cuatro años, 107 ganadores de premios Nobel (de los de verdad, verdad; economía, química, física, medicina), escribieron una sustentada carta en la que piden al ambientalismo radical abandonar su irracional condena a los transgénicos. Es como hablarle a un muro, y así lo será mientras esa corriente tenga el poder político y los grandes medios de su lado.

Pero volvamos a Leydy Pech, descendiente de mayas, la mayor civilización aborigen del continente. Sin duda, una de las muchas culturas que domesticaron el maíz hace 10,000 años, haciendo por selección genética que una raquítica maleza mesoamericana (la teocintle) se convirtiera en los fuertes tallos y las robustas mazorcas que admiraron los primeros europeos en verlos y comerlos.

Hoy, el maíz que desarrollaron genéticamente los lejanos ancestros de Pech y de todos los americanos, es la planta más sembrada de la historia gracias a sus cualidades nutritivas y a la biotecnología.

Aunque a Leydy Pech la premiaron por frenar la soya mejorada, es difícil negar que el paradójico chiste se cuenta solo…

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