Avicultura de pastoreo, ¡ojo con el caracol africano!

Avicultura de pastoreo, ¡ojo con el caracol africano!

(phototrip | Bigstock.com)

Esta plaga que se extendió por casi todo el continente es otro riesgo biológico con el que debe lidiar la producción alternativa avícola, dentro del esfuerzo de todos por mantener a raya este dañino molusco.

Los caracoles gigantes africanos (Achatina fulica) fueron introducidos en Brasil a finales de la década de 1980 con la idea de aprovechar su rusticidad, fecundidad y rápido crecimiento para iniciar una agroindustria que nunca prosperó: la venta de carne de caracol para el mercado francés y de otras latitudes en donde le tienen como una glamurosa exquisitez (escargot).

El desencanto y la falta de previsión hicieron que esta rareza se convirtiera en una auténtica plaga que se expandió a casi toda Sur y Centroamérica, llegando hasta el sur de los Estados Unidos.

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No es una especie tóxica, pero sí muy voraz que erradica a los caracoles nativos y puede acabar con producciones agrícolas tradicionales como huertas, viveros y, por supuesto, impactar negativamente explotaciones avícolas de traspatio y las muy en boga granjas de pastoreo para gallinas libres de jaula y pollos camperos.

Por su tamaño y dureza de caparazón, las aves de corral no depredan a este animal con el que compiten por forraje (consumen más de 500 variedades de plantas arbustivas), pese a ser pollos y gallinas monogástricos que no procesan la celulosa y, por ende, no obtienen de allí sus principales nutrientes.

Tampoco se han registrado afectaciones o ataques directos a las aves por parte del caracol, aunque su cercanía no deja de suponer un riesgo, sobre todo para los operarios de la granja. La baba del molusco transmite parásitos que pueden perforar las membranas intestinales y las meninges cerebrales. Solo en Colombia, medio centenar de muertes se han presentado por manipularlos sin la debida protección.

Para evitar su presencia en lugares con humedad y sombreado, que son sus preferidos, se sugiere demarcar una barrera con cal que les disuada de ingresar al predio. Desde luego, aplicar el monitoreo permanente y los procesos operativos estandarizados para manejo de plagas sustentan esa primera medida preventiva.

Si se llega a descubrir algún ejemplar, solo se debe manipular con guantes, meterlo en una bolsa plástica e inundarla en agua con sal común. Una vez muerto el caracol, sellar bien la bolsa y enterrarla. Los guantes también deben ser desechados.

En todo caso, acudir a la autoridad sanitaria para mayor ilustración es lo ideal para que la avicultura “al natural” (y en menor medida, la comercial) no propicie estos encuentros tan indeseados como peligrosos.

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