Lecciones del curioso caso del pollo “verde” en Uruguay

Episodios como el vivido esta semana entre el público consumidor uruguayo deben aprovecharse para atacar los mitos asociados a la producción avícola y reforzar los controles en todos los procesos.

En estos tiempos de redes sociales, toda anomalía es percibida como norma por parte del público lego. Esta semana ha sido el turno de la avicultura, y lo viene siendo en un país hermano, donde nuestra agroindustria no está pasando propiamente por su mejor momento: Uruguay.

A la fuerte caída en las exportaciones y en la productividad, se suma un soterrado contrabando y ahora un daño en su reputación surgido del mundo digital. Al caído, caerle.

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En fin, el resumen del caso, grosso modo, sería este: un consumidor fue al mercado y compró una pechuga de pollo que, al parecer, tenía todas las características deseadas de frescura, color, textura, olor, etcétera. Al llegar a casa y manipularla, el comprador encontró algunos músculos verdes.

Contrariado, se quejó con su tendero y este le achacó la extraña coloración al supuesto uso de hormonas en la crianza del ave. Indignado, el consumidor montó su caso a la web y aquí estamos, hablando del tema, pues escaló hasta los grandes medios de comunicación que hicieron eco de la protesta.

Para colmo de males, el gremio avícola uruguayo no se manifestó de manera decidida (por lo menos, no hasta el momento en que escribo este comentario) y lo más parecido a una versión oficial vino del Ministerio del ramo, que prometió investigar mientras afirmaba que “en el país no está permitido el uso de hormonas para la promoción del crecimiento”.

¿Por qué se dio una respuesta tan ambigua? ¿Por qué el ente oficial no dijo tajantemente que NO SE USAN HORMONAS en la cría de pollos parrilleros en ningún lugar del mundo, incluido Uruguay? Ya está bueno, la verdad; cansa estar repitiéndolo y molesta que supuestos expertos no lo sepan transmitir (o quizás sea algo peor; que no lo sepan o no lo crean).

Pero no nos quedemos ahí, empecemos por reconocer que jamás debió llegar una pechuga con carne verde a un aparador. Esa coloración es fruto de traumatismos sufridos por el pollo en sus últimas horas de vida. Entonces, se produjeron todas o alguna de las siguientes reprochables situaciones que debe evitar todo avicultor eficiente y comprometido con el bienestar animal.

Primero, el operario que atrapó el ave pudo haberla golpeado; segundo, se presentó un mal manejo en el transporte hasta la planta de beneficio (otro golpe), aunque lo más probable, según lo que he visto en estudios de caso, es que el animal no fue debidamente aturdido antes de iniciar el sacrificio, haciendo que los músculos generaran espasmos y por lo mismo alteraciones en el color debido al estrés excesivo e innecesario.

Pero, ¿no hay expertos que controlan el proceso, incluso funcionarios gubernamentales? ¿Y qué me dicen de quienes empacan el producto? ¿Dónde está el control de calidad? Una pechuga alterada de tal manera no puede ser puesta a la venta para el consumidor final. Definitivamente, varios filtros fallaron para que el curioso caso del pollo “verde” uruguayo llegara a los titulares.

Y otros siguen fallando, porque la inacción poco o nada hace para eliminar las leyendas urbanas que rodean al negocio avícola. El mejor antídoto contra el rumor será siempre la transparencia.

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