Pollo y huevo para los urbanitas, tal y como son

La semana pasada se reunieron en Valencia, España, alcaldes de cien ciudades del mundo, del llamado Pacto de política alimentaria urbana de Milán. Los motivos de este pacto son los de acercar la comida fresca al consumidor urbano, particularmente en aras de combatir la rampante obesidad, el despilfarro de comida y los llamados desiertos alimentarios, barrios o zonas con poco acceso a alimentos sanos.

Joe Mihevc, concejal de Toronto, se lamentaba, según se publicó en El País, de la desconexión que hay entre los urbanitas y el campo, en concreto, de lo que la gente come a diario. Me gustó mucho esta palabra: desconexión.

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Desconexión es lo que hay cuando la gente defiende fehacientemente el huevo de gallinas libres de jaulas o el pollo sin antibióticos −o peor aún ¡que dice que tiene hormonas! −, cuando en toda su vida ni siquiera han visto una gallina de producción, o han estado en una granja moderna. Estos urbanitas no se imaginan la ciencia que hay detrás de la avicultura, ni los años de investigaciones, ni el interés porque se produzcan alimentos sanos, inocuos y accesibles. Hay una total ignorancia de cómo es la industria avícola y cero interés por escuchar a los especialistas y aprender de ellos.

¿Por qué sí se comen alimentos ultraprocesados y no se comen un huevo y pollo, tal y como son? ¿Cómo se ha logrado esto? ¿O cómo no se ha logrado?

Quizás sea lógico que haya desconexión entre la ciudad y el campo. Pero la industria avícola no se puede permitir que la conexión que haya sea un corto circuito entre grupos de presión mal informados (y tal vez mal intencionados).

¿Ustedes que opinan?

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