¿Qué tan viable es sacar el plástico del negocio avícola?

¿Qué tan viable es sacar el plástico del negocio avícola?

(byron mctaggart | FreeImages.com)

A este material maravilloso no se le ha encontrado sustituto y, por su mala disposición, es satanizado, aunque nadie se atreve a prohibirlo. Una mejor regulación parece ser la apuesta más realista.

Es cierto que nuestros océanos se están llenando de plástico. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) dice que, si seguimos utilizando este material como lo venimos haciendo (incluyendo su pésima disposición), en 2050 “habrá más plástico que peces” en los mares del mundo.

Esas islas de basura flotante albergan una buena parte de los nueve mil millones de toneladas de este material que se calcula hemos producido (y del que nos hemos beneficiado un montón) desde los albores del siglo pasado.

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Ahora que es problema ambiental por nuestra culpa, no podemos ser desagradecidos con el buen plástico. No me voy a detener en promover lo obvio —así se nos olvide por la magnitud de la amenaza a los ecosistemas—, pero nuestro actual estilo de vida y comodidades no serían posibles sin plástico.

En la industria avícola hay plástico por donde se mire, en todos los procesos, pero hay que reparar en el que realmente representa un problema mayor: los llamados plásticos de un solo uso, asociados a productos de consumo masivo como los alimentos. Usamos de estos en nuestros empaques al consumidor final, sobre todo para el pollo.

Y eso no se hace por simple capricho o porque sea más barato. Simplemente, no tiene sustituto para proteger la inocuidad del alimento y conservar por más tiempo sus condiciones organolépticas durante el transporte, manipulación y exhibición.

El plástico mantiene al pollo libre de contaminantes externos; sin ese plástico de un solo uso no habría negocio avícola como lo conocemos. Ni siquiera habría posibilidad de exportar el pollo y habría que comerlo fresco. Ni congelarlo serviría porque el aire frío y seco lo volvería una momia muy poco apetitosa.

Por eso asustan, de nuevo, los políticos bien intencionados, pero muy mal informados. En mi país hay cinco proyectos normativos que literalmente buscan prohibir la fabricación, importación, venta y distribución de estos materiales. Unos son proyectos de normas municipales, pero hay por lo menos dos que quieren ser leyes nacionales.

Es más, se han unificado en un proyecto integrado que superó su primer debate en el Congreso. Y esa ola llegó o va a llegar también al vecindario, mal entendiendo normas como las europeas, en las cuales no se veta de raíz este importante material, pero sí se lo regula.

Allí se motiva minimizar o sustituir lo sustituible y no acabar con lo que hoy es imprescindible. Por ejemplo, en Alemania, que tiene la legislación más fuerte, no se pueden hacer plásticos desechables como platos, cubiertos o pitillos que no se degraden rápidamente. Y nada de plástico de un solo uso puede entrar a parques naturales.

El pollo se sigue vendiendo en empaques con plástico en Alemania. No solo es insustituible por ahora, el plástico también es amigable con el medio ambiente por algo que no se tiene en cuenta: al ser liviano, la huella de carbono generada por su transporte es mucho menor por volumen a la de cualquier otro material contenedor.

Señores políticos, de los medios de comunicación y de las ONG: el problema no es el plástico, es lo malo que hacemos con él después de disfrutarlo.

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