Si la música calma las aves, ¿ponemos ya villancicos?

Si la música calma las aves, ¿ponemos ya villancicos?

Peter Huys | Freeimages.com

El sonido hace parte vital del medio ambiente que rodea la producción avícola, pero hay mucho trecho entre eso y “educar” en gusto musical a pollos y ponedoras.

Cada cierto tiempo circulan noticias sobre el quehacer de la avicultura comercial que terminan abriendo el camino a creencias erradas, las cuales construyen una percepción tergiversada dentro del público y se prestan para que cualquier intento de manipulación tenga algún éxito relativo.

Recuerdo entre esas mentiras la de confinar ponedoras en galpones donde no entra la luz solar, dizque con el fin de controlar la exposición a fuentes artificiales de luz y forzar la reducción de ciclos circadianos en las gallinas para engañarlas, tratando de obtener así dos huevos en 24 horas. Una locura.

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Pero la más jocosa y menos grotesca es aquella de reconocerle a gallinas y pollos un “gusto musical”, una predisposición a ciertos ritmos y cadencias, dentro de la natural misión de todo criador por propiciarles ambientes tranquilos y, más que eso, estables, sin estímulos desconocidos. Desafortunadamente, a esa no tan ingenua creencia contribuyen a veces los mismos empresarios avícolas.

Por ejemplo, en estas mismas calendas, el año pasado se informaba que en el nuevo Centro de Selección Xenética Avícola de Coren, en la Galicia española, se sometía a 55,000 reproductoras a una pista sin fin compuesta exclusivamente con música de Julio Iglesias. A mi juicio, dicha simplificación hacia fuera de una necesaria tarea técnica, tiene dos consecuencias poco deseables en términos de percepción pública.

Por un lado, banaliza el enorme esfuerzo que representa la actividad avícola y, por el otro, contribuye a la nefasta tendencia de ‘humanizar’ a los animales (“les gusta Julio Iglesias, como a mi mamá y mis tías”). Si tienen “gustos como los humanos”, poco faltaría entonces para certificarles conciencia, alma y criterio… y ya sabemos qué seguiría.

Contrario a lo que sustentan las corrientes alternativas de producción avícola, pollos y gallinas no parecen tener “un sentido aventurero para sus vidas”. Necesitan mejor un ambiente lleno de constantes, que sean estables, sin sobresaltos, pues se saben frágiles y objeto de depredación.

Y en esas constantes está el sonido y no necesariamente la música. Se trata de ruidos que puedan asociar con experiencias de confort y, por ende, con seguridad. En esa variopinta de opciones está el ruido que hace el sistema automático que dispensa el concentrado en los comederos, o simplemente la voz de los operarios o la música de sus radios portátiles o celulares que los acompaña en la faena. O todo junto, que construye una segura rutina.

Se trata de estímulos indirectos, no tienen nada que ver con preferencias musicales “gallinísticas”, por favor.

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